En los años 1960, dos gatos siameses dormían en el despacho de Henri Helb, embajador de los Países Bajos en Rusia. De pronto, se despertaron violentamente, arquearon sus espaldas y empezaron a arañar la pared.
Esto se debió a que los gatos habían escuchado el sonido de los micrófonos encendiéndose, un sonido imperceptible para los humanos. Gracias a los gatos, encontraron otros 30 micrófonos por toda la embajada. En vez de quejarse a los rusos, utilizaron los micrófonos para su beneficio. Por ejemplo, una vez se quejaron de lo que se estaba tardando en arreglar el alcantarillado de la embajada. Al día siguiente, el problema fue solucionado.
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